Eramos perfectos, ¿Recuerdas? Volábamos como cometas. Eramos felices, sonreíamos entre beso y beso y discutíamos entre bromas y palabras bonitas.
Y entonces un día acaba. Y en el momento no pasa nada, sonrisas, ¿Amigos? Por supuesto, guardemos las formas, sonriamos y finjamos que todo está bien. Pero un día te despiertas y te das cuenta. Te das cuenta de que has estado mal todo este tiempo, de que en ese momento sonreíste y dijiste que podrías con todo, te has hecho la fuerte. Todo este tiempo has caminado con la cabeza bien alta y te has sentido bien contigo misma mientras que todo era ruido y que tu vida era rápida y superficial. Pero entonces, algo cambió, la vida empezó a ir más despacio y todos los sentimientos que guardabas quisieron explotar como una bomba de relojería.
Y te sientes rota. Como si el corazón se rompiera en diez mil pedazos. Y un nudo se forma en la garganta, y cuando escuchas su nombre te sientes tan vacía que te duele el corazón. Te duele de verdad. Ese dolor se vuelve insoportable, impensable. El malestar te invade. Lo evitas pero siempre llega el momento, en el que todo va más despacio y te da tiempo a pensar. Te da miedo parar porque sabes que volverá, volverán los recuerdos. Cada sonrisa, cada beso, y con ellos el vacío.
Y claro que te lo dicen, no vale la pena, te mereces algo mejor. Pero eso se desliza vaporoso por encima del dolor, no sirve absolutamente para nada. Sé feliz, te lo mereces. ¿Y si la persona que te hace llorar es la única que te puede hacer sonreír? ¿Entonces quién es feliz?
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